La Sombra del Ecuador

La Sombra del Ecuador
Luchador / Empresario

Publicado con autorización de la Cooperativa Popular de Lujo.

En el dicotómico mundo de la lucha libre «La Sombra» es de los buenos. Es decir, de los «técnicos». Su trabajo consiste en mantener a raya a «los rudos», matones del cuadrilátero que llevan nombres siniestros, atuendos aún peores y que provocan la rechifla del público por sus métodos sanguinarios y casi siempre ilegales.

El de La Sombra no es pues un trabajo fácil: pocos seguirían tan tranquilos sobre el ring después de que el maestro de ceremonias ha presentado al rival de turno con frases del estilo de «He aquí a El Mamut Asesino, 120 kilos de peso e ira desatados sobre el cuadrilátero». Pero a La Sombra no le tiembla un pelo.

¿De donde saca semejante frialdad y determinación? Sería un completo misterio si no fuera porque La Sombra pertenece a esa rara estirpe del Cavernario Galindo o el Perro Aguayo: temerarios que afrontan las inclemencias de la lucha libre sin máscara de por medio. Gracias a esto sabemos que La Sombra no es otro que la versión mitológica de José Luis Espinoza, un ecuatoriano que llegó a Bogotá en 1981 y que es un ejemplo viviente de energía y dedicación.

Uno, envuelto en la febril imaginación de fanático, estaría tentado a creer que los luchadores son el alter-ego de los sujetos que los encarnan. Que detrás de un rudazo inmisericorde se esconde un tímido administrador contable y que un noble justiciero le sirve de fachada a un vividor de siete suelas. Sin embargo este no es en absoluto el caso de José Luis «La Sombra» Espinoza. Por el contrario, las virtudes del Espinoza y las de La Sombra están perfectamente alineadas. Gracias a la rectitud y decencia de Espinoza, La Sombra se ha convertido en uno de los luchadores más queridos y respetados de la escena local. Y no es otra cosa que la energía y persistencia de La Sombra la que le da arrestos a Espinoza para dos retos heroicos: mantener vigente la lucha libre en una ciudad que dejó de apreciarla y salvaguardar su historia en un país que ha hecho de la amnesia un símbolo patrio.

Espinoza es el fundador de la Colombian Wrestling Super Stars, una de las principales asociaciones de lucha libre local. La CWS organiza campeonatos, forma luchadores y documenta, a través de su sitio web, la historia de la lucha libre colombiana. Una historia que comienza en la década del 40 con la presentación del yugoslavo Stanislao Sorka en el teatro Olimpia, tiene su auge en los 80 con la figura de El Tigre Colombiano, estuvo a punto de tocar fondo luego del retiro en 1991 de El Rayo de Plata (último gran empresario de la lucha libre) y ha empezado a mostrar signos de recuperación gracias a la labor de la CWS, de otras organizaciones como la WAT, del apoyo de la Liga de Box de Bogotá y de patrocinadores como Cerveza Póker.

Hoy en día, la lucha libre es una rareza para un bogotano del común, pero alguna vez fue una cosa tan popular y cotidiana como un clásico Santafé-Millonarios, al punto que una misma noche tres coliseos presentaban en simultánea un pelea diferente. Una prueba del esplendor de aquella «época dorada» son los cientos de fotografías y volantes promocionales que atesora Espinoza en su oficina del barrio El Vergel, así como una grabación que anuncia el debut de «Makoto del Japón» y ofrece «buses a todos los barrios» una vez terminada la pelea.

Alguna vez Bogotá fue un hervidero de doblenelsons, desnucadoras, máscaras y cabelleras. Y fue esa especie de meca de la lucha libre la que atrajo la atención del entonces «Chico Veloz», nombre con el que debutó Espinoza en el mundo de la lucha. El chico en cuestión había nacido en Guayaquil y desde pequeño fue hechizado por los lances acrobáticos de los luchadores que se presentaban en el Coliseo Huancavilca. Muy pronto, las prácticas aficionadas a raz de asfalto fueron reemplazadas por el brillo de los trajes y la elasticidad de las cuerdas y a la edad de 20 años nuestro héroe ya estaba a bordo de una flota que lo conduciría a las noches más luminosas y tortuosas de su vida.

El ambiente luchístico que encontraría Espinoza a su llegada a Bogotá era una razón tentadora para quedarse en la ciudad, pero por si no fuera suficiente se enamoró de una colombiana. Fue así como para fortuna y gloria de Colombia La Sombra se radicó en nuestras lonas. O en nuestro espacio aéreo más bien, porque lo cierto es que lo de La Sombra siempre ha sido más aéreo que terrestre. Simplemente hay que verlo luchar: se catapulta desde la tercera cuerda, gira en el aire, aterriza sobre la humanidad del rival desde el ángulo menos pensado… una verdadera pesadilla para el villano de turno. «Se hace uno con el aire», dirían los narradores mexicanos.

El Palacio Deportivo de la 22, Corferias, El Coliseo El Salitre, El Campín, La Arena Policarpa, todos los coliseos importantes de la época vieron a La Sombra hacer pareja con el Rayo de Plata, con el Tigre Colombiano y con el Tapatío, formando así las duplas más exquisitas que haya visto la lucha libre colombiana. Multitudes de aficionados tuvieron la suerte de ver como el ecuatoriano se trenzó en cruentos combates con El Asesino Kuaikal, con Hércules Negro o con el Tártato, y como le arrebató la máscara a Dóberman, a Che Mendoza y al Espanto, cuya careta rasgada reposa a manera de trofeo sobre una de las repisas de la CWS.

A lo largo de 35 años de oficio y de 700 combates disputadas, La Sombra ha reunido un palmarés que lo pone como uno de los hitos de la lucha local: título nacional en el Ecuador en 1972, título suramericano en 1985, campeonato centroamericano de parejas en 1992, título mundial de peso medio en España en 1995. Cualquiera estaría más que satisfecho. Pero La Sombra sigue en plena forma y actividad.

A semejante energía y perseverancia (en un deporte en donde acechan las suturas, fracturas, desplazamientos de vértebras y aún peor: escasean los patrocinios) es a la que le ha echado mano Espinoza en estos días en que la lucha libre ha perdido la popularidad de otras épocas. Y los resultados empiezan a verse: la CWS es responsable de algunos de los signos más alentadores de este nuevo aire que parece tomar la lucha nacional, como lo fueron los Festivales de Verano del 2001, 2002 y 2006 o el Campeonato Internacional de Lucha Libre Extrema realizado en Cali en diciembre de 2007. Es también gracias a Espinoza que luchadores de otras latitudes han venido a nuestras lonas y que «instituciones» mundiales de la lucha libre como la revista El Pancracio han vuelto a poner los ojos en nuestra lucha.

Pero quizás el mejor símbolo del compromiso de Espinoza y la mejor razón que tenemos para confiar en un futuro promisorio para la lucha libre bogotana, sea El Super Payaso. Se trata de un luchador técnico de gran agilidad y velocidad que entre sus muchas virtudes tiene una que ningún otro luchador podrá emular jamás: por sus venas corre la sangre de La Sombra del Ecuador. Es su vástago.


Reseñado por Populardelujo

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Comentarios

  1. Es grato saber y ver este reconocimiento a un grande del deporte del costalazo una narrativa fabulosa y lo mas importante un homenaje a un atleta que a toda costa se lo merece es un gran luchador e tenido el privilegio de verlo competir es muy bueno hoy por hoy no hay un luchador en COLOMBIA QUE LO SUPERE EN GARRA Y AGILIDAD Es el unico Colombo Ecuatoriano que representa dignamente a Ecuador

    una vez mas mis felicitaciones por esta cronica de este gran atleta y espero que sigan apoyando la lucha libre latina un abrazo y exitos
    amigos

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