Cineraria – Tomas Ochoa

Tomás Ochoa pone en primer término como algo candente que no es la anécdota o el detalle pintoresco sino la violencia colonial. La inquietante extrañeza a la que remiten las obras de este artista tiene que ver por emplear meditaciones freudianas, con algo que ha sido reprimido y ha retornado; pero no se trata del rastro de un complejo infantil ni tampoco asistimos a un proceso de sublimación sino que, con gran vigor y honestidad, el artista plantea una arqueología del semblante del otro a partir de la mirada dominante.

En algunos de sus extraordinarios vídeos emprende una arqueología que es tanto la de lo industrial abandonado cuanto la de la fuerza de trabajo alienada. En el tríptico de Sad Co – The Blind Castle (2003), un impactante vídeo-instalación, dispone el espacio ruinoso de la industrialización, la deriva por él de los mineros actuales y los testimonios de los que trabajaron allí. Del testimonio empático a la reconstrucción de una zona que tiene algo de espectral. En todo momento el cuerpo de los mineros desmantela cualquier poética “romántica” o regresivamente nostálgica. Tomás Ochoa muestra esos cuerpos embarrados por el lodo de las minas para aproximarnos a un precario anhelo de riqueza.

En la serie de los cuadros de pólvora (Cineraria, 2010), lo que deconstruye es la mirada del colonizador que fotografía, por ejemplo, a una dama transportada en andas, como si fuera una virgen, a puro “lomo de indio”. Ochoa se apropia o confisca las fotografías de la gerencia de la mina, desplegando un ejercicio alegórico que guarda relaciones, evidentemente, con la estilística apropiacionista que se desarrolló en los años ochenta y que es uno de los elementos vertebrales del postmodernismo.

De la instantánea, el artista rescata la idea de “fogonazo”, en un singular performance pictórico que pone en primer término la idea de peligro o la alusión a un imaginario explosivo. Se trata, al mismo tiempo, de una historia candente y de un rastro de ceniza, de algo oculto y, valga la paradoja, revelador. Por medio de sus videos y pinturas híbridas, Ochoa da cuenta de lo que no se ha contado en Ecuador, de la explotación de sus recursos y riquezas por parte de los americanos. No es ciertamente una historia de gloria sino de ruina o, mejor, se trata de un conjunto de historias de seres anónimos. Si para el capataz, el gerente o los propietarios, los trabajadores no eran nada o tan sólo eran el “decorado” de su éxito, Tomás Ochoa los convierte en “protagonistas”, amplia sus cuerpos y sus rostros, despliega un proceso de subjetivación del excluido.

Fernando Castro Flórez

Madrid, marzo, 2010.

CINERARIA”

En esta serie planteo un ejercicio alegórico, a partir de fotografías de archivo, tomadas a principios del siglo XX en el enclave minero de Portovelo- Ecuador, en el que la compañía norteamericana S.A.D.C.O explotó sus minas de oro. El paradigma de la obra alegórica –como lo plantea Craig Owens– es el palimpsesto: un texto que se lee a través de otro. El alegorista no inventa imágenes, las confisca. No se trata de reestablecer un significado original que pudiera haberse perdido, más bien de añadir un nuevo sentido a la imagen y suplantarla. Dichas fotografías –tomadas por el gerente de la compañía de ese entonces– han sido ampliadas a grandes dimensiones, sustituyendo el grano fotográfico –el efecto de la luz sobre las partículas de los haluros de plata– por granos de pólvora, la cual al ser quemada deja una impronta de fuego y cenizas sobre la superficie del nuevo soporte. Con esto, intento pervertir los originales y plantear una expansión de campo de la fotografía hacia la pintura y el performance.

Los textos que acompañan a estas imágenes corresponden a los testimonios de cuatro mineros centenarios que un día trabajaron para la S.A.D.C.O. y son un intento por restituir una memoria colectiva contrastándola con una iconografía que forma parte del relato colonial

La acción de “quemar” las imágenes podría tener una función catártica. Sin embargo, esta purga de fuego conlleva una paradoja: Desde una perspectiva psicoanalítica este acto simbólico implicaría la eliminación de recuerdos perturbadores pero mi acción supone una exacerbación de la memoria porque las fotos quemadas perviven y se redimensionan por la acción del fuego. A lo largo de la historia de la fotografía lo determinante siempre ha sido la mirada. En esta serie las imágenes confiscadas proceden de una mirada colonial que al ser incineradas no desaparecen, por el contrario se recrudecen, de modo que se acentúe la violencia que está implícita en esa mirada, aquello que me hiere. Una paradoja que no se resuelve, tal como ocurre con la contradicción inherente que existe entre los signos e imágenes grabados en una urna cineraria y las cenizas que contiene.

Tomás Ochoa

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