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MI PRIMO EL SANTO

POR:  GEORGE FEBRES

 (Texto introductorio al catálogo de la exhibición My Cousin the Saint curada por George Febres, Contemporary Arts Center, New Orleans, 1982)

Traducción de un tal “X. Andrade” para la Corporación Full Dollar-Pare de Sufrir! Por el Arte Contemporáneo como parte de las venideras conmemoraciones de una década del deceso de George Febres (1943-1996), © Full Dollar.

Circulada entre un círculo restringidísimo de repositarios en diciembre de 2005.  Ud. ha sido identificado/a como un beneficiario/a de los excedentes financieros de la Corporación después de elaborado su balance anual para el 2005.  Tales excedentes nos permiten hacerle llegar esta copia sin costo alguno ni tampoco que el Sistema de Rentas Internas se entere. 

Este arranque filantrópico corporativo se lo hace, sin embargo, con la hasta ahora oculta intención de obtener colaboraciones de cualquier naturaleza, aunque de preferencia en especies, durante el año contable de 2006 (para más información sobre esta y otras actividades véase www.experimentosculturales.com/experimentos).

Esperamos corromperlo para celebrar al más desconocido de los Febres Cordero como se merece, a la vez que lamentamos comunicarle que esta copia incluye un dispositivo electrónico nunca antes visto, el mismo que impide tanto su reenvío electrónico cuanto su impresión.  Por si fuera poco, este mensaje se autodestruirá –junto con su computadora- en cinco segundos.

El título de este sendo homenaje corporativo correspondiente a las actividades de la Corporación para el mes de diciembre- es: 

De Artistas y Santos Y del Hermano Miguel en particular

La concepción del presente show tomó forma de una manera curiosa. A fines de 1977 regresé de Roma [a New Orleans, n. del t.], a donde había viajado para atender la beatificación de un primo distante. Nunca he sido, ni tampoco soy ahora, un hombre particularmente religioso. Sin embargo, cuando una institución tan antigua, tan grande, tan penetrante, imponente e impresionante como lo es la Iglesia Católica Romana decide honrar al pariente de uno escogiéndolo para santificarlo, me pareció una ocasión que no podía pasar.

Entre los miles de souvenirs que eran ofrecidos en las calles por los vendedores ambulantes, quienes habían tomado ventaja de la ocasión, habían postales con el retrato de mi remoto, y futuro santo, pariente. Las compré al por mayor.

Cuando regresé a Nueva Orleáns, las repartí a amigos y conocidos como una especie de sub-souvenirs, mientras narraba la historia en calidad de testigo del extraordinario, y extrañamente anacrónico, espectáculo de la producción de un santo a fines del Siglo XX.

Entre aquellos a quienes repartí las postales había un número de artistas amigos Impulsivamente, y sin ningún propósito

para entonces, le dije a algunos de ellos: “¿Por qué no piensan en hacer una pieza basados en este hecho curioso? Tal suceso en el mundo de hoy merece el tratamiento de un artista.”

Y yo mismo comencé a trabajar en algunas piezas basado en el retrato de la postal, tratando de aclarar toda la empresa en mi propia mente y así resolver este asunto. Esto demostró ser un problema mucho más grande de lo que creía y más difícil de resolver de lo que pensaba. De hecho, así comencé a entender mejor el lamento, en 1964, del Papa Paulo VI sobre el alejamiento acaecido entre el arte y la religión.

Darrel Brown

A medida de que algunos de mis amigos artistas comenzaban a mostrarme las piezas que habían hecho sobre el retrato de la postal del Hermano Miguel, me dí cuenta de que se habían visto confrontando problemas tan o más grandes que los que yo había encontrado. Pero las piezas que me mostraron eran reflexiones de sus luchas por solucionarlas. En el s. XIX el poeta francés Rimbaud percibió que los artistas se alejaban poco a poco de la Iglesia y describió la nueva casta de poetas y pintores como “santos al revés,” (reverse saints) artistas que crecieron casi anti-religiosos. Aquí, en cambio, estaba tomando forma ante mis propios ojos una colección de obras de artistas que más o menos conscientemente intentan re-establecer tal conexión, por lo menos en cada una de las piezas, para cerrar la brecha que por siglos se ha venido ampliando. 

O para ponerlo de otra manera, si quinientos años atrás se le hubiese dado a cuarenta artistas un pequeño tallado en madera de un pariente que se hallara camino a la santidad y se hubiese pedido a cada uno hacer una pieza basada en ello, uno habría sabido con certeza que esperar. Pero hacer lo mismo hoy, en la América de fines del siglo XX, ¿quién podría predecir qué es lo que probablemente se obtendría? El prospecto, a mi parecer, mantenía la promesa de una exploración extraordinaria.

Ann HornbackAnn Hornback

Un santo es, para ponerlo de manera simple, un individuo escogido por la Iglesia para representar lo más cercano a la perfección que le es posible llegar a un ser humano. Al reconocer a alguien como a un santo, la Iglesia está diciendo que, en su cuidadosamente considerada opinión, nadie más se ha aproximado a representar la verdadera generosidad. Nadie ha satisfecho más demandas o llenado más expectativas. La Iglesia erige a los santos como grandes ejemplos religiosos para la humanidad, para mostrarle a la gente lo que está tratando de lograr y por lo que todos deberían estar luchando. Todas las tradiciones religiosas tienen tales ejemplos, sea que fuesen llamados santos hombres, arahats, sadhus, profetas, bodhisattvas, iluminados o simplemente santos.

La creación de un santo en la era moderna es un proceso largo, lento y tedioso. La mayoría de los santos con cuyos nombres la gente está más familiarizada data desde los primeros periodos de la historia, la era de los mártires. Durante aquellos siglos había poco o ningún proceso formal para reconocerlos como tales. En la mayoría de los casos las tradiciones locales que atribuyen la santidad a un individuo simplemente maduraban y, a través del tiempo, se difundían. Era como si fuese un asunto de común consentimiento. Sólo muy gradualmente, comenzando relativamente tarde en la Edad Media y no completado sino hasta mediados del Siglo XVI, la Iglesia desarrolla el proceso formal y estructurado que conocemos hoy en día.

Básicamente el proceso moderno toma la forma de un juicio ante la ley, escuchado por un tribunal de cardenales llamado La Congregación de los Ritos, el cual está permanentemente operando en el Vaticano. El caso de un candidato individual es llamado una causa, defendido por el postulante cuya tarea es la de suministrar pruebas, recogidas bajo reglas rigurosas, indicando que el candidato practicó santa devoción, que él o ella poseían todas las virtudes en grado heroico y, finalmente, que se le atribuyen un número de milagros, usualmente tres. Oponiéndose al postulante en los procedimientos ante el tribunal está un promotor, popularmente llamado advocatus diaboli o abogado del diablo, cuyo trabajo es el de señalar los puntos débiles en el caso.

 El tribunal escucha el caso en tres etapas separadas, y todo el proceso puede tomar años o, más probablemente, décadas. Al final de cada etapa, el Papa mismo, en su potestad de juez final y actuando por consejo del tribunal, rinde una decisión. Si la causa de un candidato recibe un fallo favorable en la primera fase de su presentación, la cual involucra evidencias de santa devoción y virtud heroica, pero no usualmente milagros, la aprobación del Papa otorga al candidato el título de “Venerable.”  La segunda fase del juicio es la más crítica de todas, porque involucra la evidencia de milagros. Si el candidato la supera, se mueve de los rangos de Venerable a aquél de los  “Bendecidos,”  un evento marcado por una elaborada ceremonia pública de beatificación. La fase final de una causa es usualmente menos prolongada, involucrando en su mayoría discusiones de nuevos milagros, normalmente por lo  menos dos, atribuídos al Bendecido desde su beatificación. Una decisión favorable en este punto conduce a la canonización, mediante la cual la Iglesia formalmente reconoce al Bendecido como a un Santo. Descargar pdf para leer texto completo.

Georges febresDouglas Burgeois
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