Sobre Otro Arte en Ecuador

Ana Rodríguez

(palabras escritas para el lanzamiento del catálogo, que no fueron leídas)

Diciembre 2008

La muestra El Otro Arte en Ecuador es un nuevo intento de modernizar lo que de modo manifiesto se quiere escapar a la autonomía modernista. Es un esfuerzo de encasillamiento. El arte contemporáneo no lo es porque se soporta en video, o en “nuevos medios”. Lo contemporáneo es el gesto, no el formato, no el soporte. Lo contemporáneo es el modo de plantear la problemática, de leerla y de hacerla circular. De escapar a la caja de museo y al encasillamiento historicista. Muchos curadores contemporáneos hacen esfuerzos grandes para producir un habla sobre las obras a pesar del peso de los museos, de los dispositivos de exhibición. Aquí nos esforzamos por reducir a las obras a una materialidad de signo fijo, y un formato. Cómo hacer historia de aquello que nace como contestación al método de la disciplina histórica tradicional? Como replantear el anacronismo de la imagen? Por qué no hay en Otro Arte más pintura, pintura otra, marginal, popular, urbana , de los años 80 como se pregunta Manuel Kingman? Por qué no están Wash, Oido Salvaje, colectivos emergentes y altamente visibles de Guayaquil como La Vanguardia, o tan visibles como experimentosculturales, y tantos otros? “Porque no aceptaron estar” no resulta una buena respuesta, porque muestra una vez más la fractura entre la práctica institucional de la curaduría y su posibilidad de diálogo con las prácticas artísticas contemporáneas. Es imposible abarcar en término históricos tradicionales una muestra de 30 años y quizás por esa misma razón es cuestionable proponérselo o dar un título con esa pretensión. Poner bajo el signo general y reductor de los “nuevos lenguajes” a toda una serie de prácticas que presentan enormes diferencias y plantean, en muchos de los casos, complejidades en las problemáticas que abordan (de ellas no hemos hablado!), es sin duda el síntoma de una nostalgia modernista, una nostalgia de arquitecto de líneas blancas y espacios definidos, del arte de Araceli Gilbert y de otros notables modernistas ecuatorianos. Y sin embargo de este gusto del curador por la rectitud de la caja en la que se encasilla la obra, no hay blancura en donde debe haberla porque la institución no le ha dado ese gusto museográfico…lo único “limpio” en una muestra de arte contemporáneo podría ser el dispositivo, o sea, el montaje, la escenografía del show, que tiene que ser nítida, impecable, para dejarnos fruir de lo único fruible: la dimensión teatral y performativa del arte. Para ser visto, el arte -en tanto inserto en un mercado de consumos espectaculares, del que son parte los mismos ataques a la institución como bordes o límites de un campo que necesita contrastes y matices-, necesita salir de su lógica binaria de enfrentamientos. Para producir miradas críticas el arte requiere de fortalecer sus centros institucionales para que las prácticas que se dan en sus límites tengan contenidos dialógicos complejos en su disputa con la institución. Mientras más compleja y trabajada sea la propuesta institucional, más interesante y visible se torna el campo y sus límtes. Sin embargo, parecería que las instituciones –municipales en este caso- apenas “cumplen” con especies de demandas de ciertos actores de ese campo del arte –jóvenes artistas contemporáneos que participan en sus tristes salones-, cuyo proceso artístico (el de los artistas obviamente!) poco le interesa a la institución en mención. Es entonces necesario que este esfuerzo por parte de la institución -que aparece hasta ahora como una dádiva hecha al campo del arte contemporáneo local- sea un esfuerzo serio y competente que de lugar a procesos investigativos, curatoriales, expositivos y de seguimiento. Digo dádiva porque más allá de lo que podamos decir sobre la curaduría, la museografía es notoriamente escasa, diríamos casi vergonzosa (papelería estropeada, cédulas explicativas impresas en papel bond y pegadas a la panelería, diseño de iluminación inexistente –en un espacio de tan difícil exposición luminosa!-, obras de video o audio que no están funcionando en ninguna de 3 ocasiones en que hemos asistido-, etc.) y esta falta es una evidente política institucional, dado que sabemos bien que el Centro Cultural Metropolitano cuenta con un equipo de museógrafos profesionales perfectamente capaces de hacerse cargo de estos asuntos.

Sin embargo de este reclamo que me siento en la obligación de hacer público, porque intento catalizar las posiciones de una gran cantidad de artistas, presiento que Lenin Oña logra un aporte interesante en la medida de la confluencia de varias discusiones que le hacen falta al medio artístico en tanto dimensión fundamental de la producción simbólica cultural. Esta muestra deja ver claramente lo sintomático de los conflictos en el campo del arte en tanto instituciones generan vitrinas de las ciudades y en tanto las prácticas artísticas desbordan las cajas en las que pretenden ser guardadas, etiquetadas, controladas, como cualquier cuadro modernista. Interpelo entonces no al curador solamente por las razones ya mencionadas sino a los artistas. Divertirse, jugar, ser creativos y críticos, (retomando la metáfora de Mosquera en el catálogo de Otro Arte) no solo cuando se pacta con Dios sino sobre todo cuando se pacta con el Diablo. Ser menos complacientes frente al etiquetamiento historicista que pretende cerrar el sentido de sus obras, hacerle el juego diablesco a la institución significa usar su plataforma para la visibilidad de la agenda política de los mismos artistas y no de la de las instituciones, que casi nunca es la misma. Este juego es interesante aún a riesgo de caer en pobres términos personalistas, porque permite que las imágenes, aquello que nos une porque es nuestro objeto común de trabajo, adquieran toda la potencialidad de su ambigüedad, de su anacronismo, de su sintomaticidad, en resumen de su politicidad y comunicabilidad.

Digo esto haciendo eco del catálogo que se presenta hoy, que es seguramente el aporte más valioso en términos de campo del arte que se hace con Otro Arte en Ecuador. Los textos de Mosquera, Medina, y Andrade, y en otra medida el texto de Rojas, abren problemáticas importantes: que es otro arte? Mosquera: hace un recorrido histórico que permite ver cómo se generan y construyen esos “otros” del arte latinoamericano, es decir cuando el arte latino deja de ser ese otro estereotípico para convertirse en un referente sobre todo a partir del uso estratégico de figuras venidas de la antropofagia, del mestizaje, de la hibridación, de la apropiación, de la resignificación. Medina muestra que las prácticas “otras” se refieren siempre a un particular que desde un discurso menor pone en jaque al discurso dominante, en este caso una serie de artistas colombianos que con su obra sobre el paisaje generan una relación de tensión y de crítica, y que no deja de explotar, por decirlo así, una dimensión poética de las obras para distinguirse de esos discursos mayores. El texto de Rojas hace un recorrido por lo que llama el otro arte cuencano. Y X Andrade hace lo que podríamos llamar una curaduría narrada o escrita de los “otros” movimientos en Guayaquil que trabajan en la problemática de la ciudad regenerada y la memoria, el la conflictividad de las prácticas culturales inmersa en relacionas de control y de censura que desmantelan las precarias relaciones sociales. Esa tensión tiene su reflejo asimismo en la relación entre prácticas artísticas contemporáneas e instituciones públicas de cultura.

Esperemos que Otro Arte en Ecuador tenga pronto su “otro” en términos de una nueva curaduría que considere procesos artísticos contemporáneos.

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