El no lugar del atrevimiento delfiniano (¿Quién lo hizo y por qué lo hizo?)

delfin
Por Santiago Rosero C.

En la era de la información las novedades mediáticas circulan con la misma velocidad con la que las innovaciones tecnológicas se inmiscuyen en la cotidianidad de la gente.

La diferencia está en que la adaptación de los individuos a los instrumentos, la creación de relaciones (o conexiones, como se empieza a denotar en esta era) eficientes entre ellos, la adecuación de los sujetos a los nuevos aparatos y la comprensión de sus códigos y usos toma más tiempo del que demoran los dispositivos en conquistar las actividades de la vida. No así los contenidos que circulan por las vías de información o que se ponen al alcance de las audiencias a través de las tecnologías. Estos, por el contrario, son dispuestos a la observancia global a tan solo unos cliks de distancia temporal. En esa dinámica de la fluidez, hace poco más de tres meses empezó a circular en la red un videoclip que en diferentes sentidos alteró el estatus quo de la música, la estética (entiéndase esto como “look”) y el deber ser del “buen gusto” en materia audiovisual. Y aunque el vertiginoso fluir de material por internet posibilitó miles de “visitas” o “vistas” de dicho clip en tan solo semanas, la misma celeridad con la que ésa y millares más de cápsulas audiovisuales recorren a diario las rutas informáticas, acarreó al fenómeno de Delfín hasta el fin y el videoclip de su canción, Torres gemelas , a la postración del chismorreo insustancial que abarrotó los buzones virtuales de insultos con cargas racistas o con alabanzas someras sobre la supuesta “originalidad” de su música. Y esto, bajo el convencimiento que sostengo de que dichas apreciaciones vienen determinadas por el parámetro de la quintaesencia colonialista en materia de estética visual, modelos de apariencia y conceptos musicales; por el paradigma forzoso de la industria cultural del entretenimiento: el canal de videos musicales –y hoy más que eso, plataforma de impensados reality shows y variados programas expertos en explotar la ligereza de criterio de la adolescencia estadounidense-, Mtv.

Y dicho sea de paso, como se argumenta hoy, en la época de la imagen y la información torrenciales, el hombre está abocado a la velocidad y a la impermanencia, a la revisión y no a la reflexión, al consumo adictivo mas no a la argumentación (Cfr. Virilio, 1990).

No obstante, como contraparte a dicho medio y a toda su programación, existe en el Ecuador, no precisamente con avezada intención de plantear resistencia, pero sí como muestra de que los consumos populares mediatizados tienen gran audiencia en el país, un programa dedicado a exhibir videoclips de cantantes y agrupaciones venidas y dadas a los estratos más populares de la población nacional, en los que la tecnocumbia, la música rockolera y el folcklor andino se pasean a sus anchas en cuanto música, estética, escenografía y locaciones. En fin, el programa 10/10 (Diez Sobre Diez) recreó todo un paquete conceptual que permitió ofertar a través del gran medio –la televisión- una trama entera de símbolos e imaginarios reducidos comúnmente al “exotismo” de las fiestas de pueblo, no con poca sorna y desprecio por considerarse entre la audiencia inquisidora y entre los regidores de los medios, que sus manifestaciones kitsch lejos quedaban de los parámetros determinados por las industrias extranjeras del entretenimiento, y por supuesto, a kilómetros de elegancia de la “alta cultura” . Sin embargo, la sola existencia de dicho programa planteó, a la vez, la posibilidad de que esas manifestaciones fueran consideradas como objeto de estudio de dimensión antropológica, sociológica, comunicacional, de estética conceptual y hasta de estilos de moda, ya sean particularmente por materia o como objetos de abordaje interdisciplinar.

descargar pdf con texto completo>>>images

Comentar

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.