Al sur del cielo la hermandad del cuero negro

Texto y fotos: Santiago Rosero

Me planto aquí y delimito mi reducto. No por procurar distancia sino para lograr anclar en las diferencias que nos argumentan. Tampoco por querer establecer parámetros sobre lo bueno o lo malo de cada uno, sino para indagar en las representaciones que nos sostienen, al fin y al cabo, en la misma lucha. No tanto porque, sin haberlo decidido, terminé situándome al norte del Machángara, sino porque la cultura se ha encargado de polarizar los sonidos. Y la ciudad ha sido su cómplice. ¿Y si yo hubiera nacido al sur del cielo?

Si pudiera hacer un sobrevuelo y utilizar un gran angular de película, podría notar cómo la paleta cromática degrada sus acentos de vivas tonalidades a grises negruzcos a medida que me traslado del norte al sur. Son los espejos de los edificios bancarios los que reflejan el sol al un lado de la urbe, y son los multifamiliares tiznados de años los que absorben los rayos que se cuelan entre las nubes, por el otro costado. Hacia abajo Quito se me tiende horizontal. En el centro hay un conglomerado de piedra tallada y cemento esculpido en formas bellas que dan cuenta de la historia que empezó por ahí. Por el norte la ciudad se moderniza con angustia para no quedar rezagada de sus hermanas de América, y en el propósito deja evidente secuela de caos en forma y en fondo.

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