El ejercicio inútil de la participación

Ana María Garzón  y Paola de la Vega 

Llevamos más de una década participando en mesas de trabajo, foros y talleres, como actores culturales, mediadoras u organizadoras. Más de una década hemos sido «objeto de estudio» de consultorías o las hemos realizado con la pretensión de que por fin tendríamos políticas culturales del Estado central o de los gobiernos locales. Más de una década de escribir documentos, dar entrevistas y debatir públicamente. ¿Otro diagnóstico, otra mesa de trabajo? ¿De nuevo? ¿Para qué? Nuestra capacidad de suspender, de poner en crisis las instituciones, de generar una pedagogía institucional, de abrir el Estado, es tan solo una débil y leve fisura, susceptible de cambios al vaivén de las voluntades políticas, ahogada en trámites burocráticos, y carente de valor en las “agendas duras” de gobierno. El pensamiento solucionista del Estado tecnocrático necesita datos inmediatos y coyunturales que justifiquen decisiones muchas veces tomadas con anterioridad; “los espacios participativos” de la inmediatez siempre son urgentes. Los datos y números -que cuando se presentan como grandes logros- tampoco dan cuenta de prácticas y realidades complejas. 

¿Quizás nuestra fuerza política para infiltrarnos, para agrietar el Estado, resulta insuficiente? El tiempo alargado, lento, los tiempos improductivos, en la actual crisis civilizatoria, son esenciales para la construcción colectiva, para pensarnos con y desde otros lenguajes. Un primer deseo (que no excluye pensar el presente) es que quienes trabajan en la institucionalidad se den el tiempo (un tiempo lento) de revisar todos y cada uno de los documentos, audios, comunicados, entrevistas, grabaciones de foros, sistematizaciones de talleres de los que tantos de nosotros hemos sido parte. Sería una mínima señal del valor político que han tenido esos espacios, por supuesto, discordantes, incompletos, cuestionables en sus sistemas de participación, pero que dejarían, sin duda, una  gran primera cartografía de lo existente, evitando un nuevo llamado refundacional.

Hemos puesto nuestros cuerpos, un pensamiento resultado de confluencias colectivas, incontables horas de trabajo no remunerado (en su gran mayoría), capital y materialidad que  han dado contados resultados y nos llevan a preguntarnos: ¿para qué seguir participando? Participar en los límites impenetrables del Estado, en el mapa de sus posibles, es hacer el ejercicio de Sísifo, sumado a la sensación de que nuestras presencias, que poner el cuerpo, la firma y la foto, sirven para validar procesos o ideas con las que no comulgamos y, aunque lo digamos constantemente, da igual, porque nada cambia. 

Los funcionarios entusiastas, de buena voluntad, pero que no se han dado tiempo de revisar materiales ya creados, insisten en llamadas a reuniones y convocatorias para participar en conversaciones que tampoco denotan procesos participativos. ¿Quién representa a quién? ¿Qué voces se validan o cuáles se niegan y por qué? ¿Imposibilidad de gestionar el conflicto? ¿Por qué la ausencia de artistas en las reuniones? ¿La única instancia posible de participación es el gremio? ¿Dónde quedan las áreas de trabajo cultural que no están agremiadas? ¿A quién escucha o valida como interlocutor el Estado? ¿Dónde quedan los insumos generados durante años? Así también podríamos caer en un síntoma grave de nuestra cultura política: ¿esperamos que el Estado nos “organice” para participar dentro sus límites? ¿Cuáles son  las condiciones y los marcos de esos diálogos, quiénes los determinan? Apostar por una política democrática no es solo buscar soluciones dentro de los bordes permitidos  sino imaginar desde lo imprevisible. Los marcos de participación fijos, inmóviles coartan la imaginación política, las disonancias. El diálogo ocurre solo cuando hay afectación, permeabilidad, desborde. 

El principal ejercicio político que debe hacer hoy la institución es establecer un marco de la conversación a partir de dar un justo valor a la pedagogía que han generado voces individuales y colectivas en el intento de construir institucionalidad. Sistematizar lo ya dicho, pensarse desde adentro, escuchar y proyectar en lo público esas discusiones, invitar a pensarnos a partir de un lectura crítica y colectiva de esa cartografía de deseos ya existente. Nosotras haremos lo mismo desde nuestros espacios. 



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