El no lugar del atrevimiento delfiniano (¿Quién lo hizo y por qué lo hizo?)

Por Santiago Rosero C.

En la era de la información las novedades mediáticas circulan con la misma velocidad con la que las innovaciones tecnológicas se inmiscuyen en la cotidianidad de la gente.

La diferencia está en que la adaptación de los individuos a los instrumentos, la creación de relaciones (o conexiones, como se empieza a denotar en esta era) eficientes entre ellos, la adecuación de los sujetos a los nuevos aparatos y la comprensión de sus códigos y usos toma más tiempo del que demoran los dispositivos en conquistar las actividades de la vida.

EN EL MUSEO DE LA VIDA COTIDIANA

En la encrucijada del “buen” y el “mal” gusto se encuentra el kitsch: único territorio en donde la curaduría es espontánea al nutrirse de las trayectorias y los objetos más diversos, y donde las museografías tienen un lugar predominante en la esfera doméstica cuando no se trasplantan, eventualmente, a los escaparates comerciales. Vaso comunicante entre la estética del shopping mall, el despliegue de las tiendas de artículos chinos, y las colecciones privadas de animalitos o de ancianos de porcelana, el kitsch irrumpe todo el tiempo señalando la no existencia del mal gusto sino solamente formas de distinción basadas en una admiración de la naturaleza supuestamente innata de las cosas